sábado, 27 de septiembre de 2014

FELICITACIONES NATASHA POR TU ESFUERZO Y DEDICACIÓN EN LA ESCRITURA DE TU HERMOSO CUENTO.
LA PROFE.

sábado, 25 de agosto de 2012


Estimadas familias:
            Las  profesoras de Prácticas del Lenguaje de  esta institución  queremos sugerirles una bibliografía para que  transiten con sus hijos el mundo de  la Literatura.          ¡Bienvenidos!  Yanina y Fernanda
 




Cuentos de diversos temas y autores:
Historias extraordinarias, de Edgar A. Poe
Cuentos de amor, locura y muerte
Cuentos de la selva , de Horacio Quiroga
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury
Historias de cronopios y de famas
Bestiario, de Julio Cortázar
El informe de Brodie, de Jorge L. Borges
Falsificaciones, de Marco Denevi
Filo, contrafilo y punta, de Arturo Jauretche
Seis problemas para don Isidro Parodi , de Bustos Domecq (Borges y Bioy Casares)
El candor del Padre Brown, de Gilbert K. Chesterthon
Cuentos, Fábulas y lo demás es Silencio, de Augusto Monterroso
Cuentos con Humor, de Mark Twain
El Llano en Llamas de Juan Rulfo
Buenos Aires Misteriosa de Manuel Mujica Lainez
Otros autores: Guy de Maupassant, Anton Chéjov, Chistian Andersen, Abelardo Castillo.


(Próximamente iremos agregando otros títulos de novelas y obras de género dramático).

viernes, 24 de agosto de 2012

El fantasma



Se dio cuenta de que acababa de morirse cuando vio que su propio cuerpo, como si no fuera el suyo sino el de un doble, se desplomaba sobre la silla y la arrastraba en la caída. Cadáver y silla quedaron tendidos sobre la alfombra, en medio de la habitación.
¿Con que eso era la muerte?
¡Qué desengaño! Había querido averiguar cómo era el tránsito al otro mundo ¡y resultaba que no había ningún otro mundo! La misma opacidad de los muros, la misma distancia entre mueble y mueble, el mismo repicar de la lluvia sobre el techo... Y sobre todo ¡qué inmutables, qué indiferentes a su muerte los objetos que él siempre había creído amigos!: la lámpara encendida, el sombrero en la percha... Todo, todo estaba igual. Sólo la silla volteada y su propio cadáver, cara al cielo raso.
Se inclinó y se miró en su cadáver como antes solía mirarse en el espejo. ¡Qué avejentado! ¡Y esas envolturas de carne gastada! - Si yo pudiera alzarle los párpados quizá la luz azul de mis ojos ennobleciera otra vez el cuerpo - pensó.
Porque así, sin la mirada, esos mofletes y arrugas, las curvas velludas de la nariz y los dos dientes amarillos, mordiéndose el labio exangüe estaban revelándole su aborrecida condición de mamífero.
-Ahora que sé que del otro lado no hay ángeles ni abismos me vuelvo a mi humilde morada.
Y con buen humor se aproximó a su cadáver -jaula vacía- y fue a entrar para animarlo otra vez.
¡Tan fácil que hubiera sido! Pero no pudo. No pudo porque en ese mismo instante se abrió la puerta y se entrometió su mujer, alarmada por el ruido de silla y cuerpo caídos.
-¡No entres! -gritó él, pero sin voz.
Era tarde. La mujer se arrojó sobre su marido y al sentirlo exánime lloró y lloró.
-¡Cállate! ¡Lo has echado todo a perder! - gritaba él, pero sin voz.
¡Qué mala suerte! ¿Por qué no se le habría ocurrido encerrarse con llave durante la experiencia. Ahora, con testigo, ya no podía resucitar; estaba muerto, definitivamente muerto. ¡Qué mala suerte!
Acechó a su mujer, casi desvanecida sobre su cadáver; y su propio cadáver, con la nariz como una proa entre las ondas de pelo de su mujer. Sus tres niñas irrumpieron a la carrera como si se disputaran un dulce, frenaron de golpe, poco a poco se acercaron y al rato todas lloraban, unas sobre otras. También él lloraba viéndose allí en el suelo, porque comprendió que estar muerto es como estar vivo, pero solo, muy solo.
Salió de la habitación, triste.
¿Adónde iría?
Ya no tuvo esperanzas de una vida sobrenatural. No, no había ningún misterio.
Y empezó a descender, escalón por escalón, con gran pesadumbre.
Se paró en el rellano. Acababa de advertir que, muerto y todo, había seguido creyendo que se movía como si tuviera piernas y brazos. ¡Eligió como perspectiva la altura donde antes llevaba sus ojos físicos! Puro hábito. Quiso probar entonces las nuevas ventajas y se echó a volar por las curvas del aire. Lo único que no pudo hacer fue traspasar los cuerpos sólidos, tan opacos, las insobornables como siempre. Chocaba contra ellos. No es que le doliera; simplemente no podía atravesarlos. Puertas, ventanas, pasadizos, todos los canales que abre el hombre a su actividad, seguían imponiendo direcciones a sus revoloteos. Pudo colarse por el ojo de una cerradura, pero a duras penas. Él, muerto, no era una especie de virus filtrable para el que siempre hay pasos; sólo podía penetrar por las hendijas que los hombres descubren a simple vista. ¿Tendría ahora el tamaño de una pupila de ojo? Sin embargo, se sentía como cuando vivo, invisible, sí, pero no incorpóreo. No quiso volar más, y bajó a retomar sobre el suelo su estatura de hombre. Conservaba la memoria de su cuerpo ausente, de las posturas que antes había adoptado en cada caso, de las distancias precisas donde estarían su piel, su pelo, sus miembros. Evocaba así a su alrededor su propia figura; y se insertó donde antes había tenido las pupilas.
Esa noche veló al lado de su cadáver, junto a su mujer. Se acercó también a sus amigos y oyó sus conversaciones. Lo vio todo. Hasta el último instante, cuando los terrones del camposanto sonaron lúgubres sobre el cajón y lo cubrieron.
Él había sido toda su vida un hombre doméstico. De su oficina a su casa, de casa a su oficina. Y nada, fuera de su mujer y sus hijas. No tuvo, pues, tentaciones de viajar al estómago de la ballena o de recorrer el gran hormiguero. Prefirió hacer como que se sentaba en el viejo sillón y gozar de la paz de los suyos.
Pronto se resignó a no poder comunicarles ningún signo de su presencia. Le bastaba con que su mujer alzara los ojos y mirase su retrato en lo alto de la pared.
A veces se lamentó de no encontrarse en sus paseos con otro muerto siquiera para cambiar impresiones. Pero no se aburría. Acompañaba a su mujer a todas partes e iba al cine con las niñas. En el invierno su mujer cayó enferma, y él deseó que se muriera. Tenía la esperanza de que, al morir, el alma de ella vendría a hacerle compañía. Y se murió su mujer, pero su alma fue tan invisible para él como para las huérfanas.
Quedó otra vez solo, más solo aún, puesto que ya no pudo ver a su mujer. Se consoló con el presentimiento de que el alma de ella estaba a su lado, contemplando también a las hijas comunes. ¿Se daría cuenta su mujer de que él estaba allí? Sí... ¡claro!... qué duda había. ¡Era tan natural!
Hasta que un día tuvo, por primera vez desde que estaba muerto, esa sensación de más allá, de misterio, que tantas veces lo había sobrecogido cuando vivo; ¿y si toda la casa estuviera poblada de sombras de lejanos parientes, de amigos olvidados, de fisgones, que divertían su eternidad espiando las huérfanas?
Se estremeció de disgusto, como si hubiera metido la mano en una cueva de gusanos. ¡Almas, almas, centenares de almas extrañas deslizándose unas encimas de otras, ciegas entre sí pero con sus maliciosos ojos abiertos al aire que respiraban sus hijas!
Nunca pudo recobrarse de esa sospecha, aunque con el tiempo consiguió despreocuparse: ¡qué iba a hacer! Su cuñada había recogido a las huérfanas. Allí se sintió otra vez en su hogar. Y pasaron los años. Y vio morir, solteras, una tras otra, a sus tres hijas. Se apagó así, para siempre, ese fuego de la carne que en otras familias más abundantes va extendiéndose como un incendio en el campo.
Pero él sabía que en lo invisible de la muerte su familia seguía triunfando, que todos, por el gusto de adivinarse juntos, habitaban la misma casa, prendidos a su cuñada como náufragos al último leño.
También murió su cuñada.
Se acercó al ataúd donde la velaban, miró su rostro, que todavía se ofrecía como un espejo al misterio, y sollozó, solo, solo ¡qué solo! Ya no había nadie en el mundo de los vivos que los atrajera a todos con la fuerza del cariño. Ya no había posibilidades de citarse en un punto del universo. Ya no había esperanzas. Allí, entre los cirios en llama, debían de estar las almas de su mujer y de sus hijas. Les dijo "¡Adiós!" sabiendo que no podían oírlo, salió al patio y voló noche arriba.

Las estatuas
De Enrique Andeson Imbert


En el jardín de Brighton, colegio de señoritas, hay dos estatuas: la de la fundadora y la del profesor más famoso. Cierta noche -todo el colegio, dormido- una estudiante traviesa salió a escondidas de su dormitorio y pintó sobre el suelo, entre ambos pedestales, huellas de pasos: leves pasos de mujer, decididos pasos de hombre que se encuentran en la glorieta y se hacen el amor a la hora de los fantasmas. Después se retiró con el mismo sigilo, regodeándose por adelantado. A esperar que el jardín se llene de gente. ¡Las caras que pondrán! Cuando al día siguiente fue a gozar la broma vio que las huellas habían sido lavadas y restregadas: algo sucias de pintura le quedaron las manos a la estatua de la señorita fundadora.

miércoles, 20 de junio de 2012

Presentación del libro "Gracias, Lanús"





El día 19 de junio nos visitaron Noemí Bogaard y Pablo Barreiros   para presentar el libro “¡Gracias, Lanús! Cuentos anónimos ( y no tanto) para un Centenario”. Nos contaron que  este libro reúne las historias de aquellos que aman el club y que deseaban compartirlas con toda la comunidad. El libro fue organizado y publicado por la Comisión del Centenario del Club Atlético Lanús.
Además pudimos ver el video  basado en el cuento “Se me derritió el barniz” cuya autora es Noemí Bogaard.
Les agradecemos la visita y toda la pasión por el Club convertida en Literatura.





También, las profesoras de Prácticas del Lenguaje aprovechamos para comentarles el Concurso Literario que organiza el Departamento de Cultura.  Les adjuntamos  los requisitos. Una buena oportunidad  para que puedan escribir  su propia historia…


MANDANOS TU CUENTO Y SÉ PARTE DEL CENTENARIO!

CONCURSO LITERARIO: Mi Club Lanús. Rumbo al Centenario

El Departamento de Cultura del CLUB A. LANÚS convoca a niños, jóvenes y mayores a participar del Certamen Literario "Mi Club, Lanús", en el género "Cuento".

BASES:
Podrán participar socios, simpatizantes y miembros de la comunidad, con obras inéditas.

CATEGORÍAS
Niños: hasta 12 años.
Juveniles: de 13 años hasta 18 años.
Mayores: de 19 años en adelante

Cada autor podrá enviar un cuento por triplicado, cuya extensión no podrá superar un máximo de 5(cinco) páginas escritas en una cara del papel, tamaño A4, a máquina ó computadora, fuente arial, tamaño 12, firmado con seudónimo.
El trabajo deberá entregarse en un sobre grande en cuyo exterior figurará el título del cuento y seudónimo y en sobre chico una hoja con nombre y apellido, el seudónimo, título de la obra, fecha de nacimiento, documento de identidad, domicilio, teléfono y correo electrónico.
"El club tiene derecho de reproducir y publicar las obras seleccionadas". Los cuentos ganadores participarán del concurso EDC-AFA junto a 18 clubes que componen el mismo.

RECEPCIÓN DE OBRAS:
Lunes a Viernes, de 17 a 20 hs.
Oficina de Cultura o en Portería del ANEXO Dr. Carlos González - Ituzaingo 1548 Lanús Este.

JURADO:
Estará integrado por miembros del dto y profesores que se desempeñan en escuelas de la ciudad. El fallo del jurado será inapelable. Los trabajos se recibirán a partir del lunes 3 de Abril hasta el viernes 31 de Julio. Los premios se entregarán en fecha a designar.

PREMIOS:
1) Camiseta Oficial del Club A. Lanús.
2) Medalla y Diploma.
3) Medalla y Diploma
4) Diploma
5) Diploma.
Del puesto 6 al 10) Becas para distintas actividades del club

Informes: 4357 9200 int. 46 de 17 a 21 hs.
Mail: cultural@hotmail.com















martes, 19 de junio de 2012

Las abuelas y abuelos leecuentos


Nuestro secundario contó con la presencia de estas hermosas mujeres, narradoras incansables que llenaron el aire de poesía, de relatos maravillosos, de cuentos que nos transportaron a una cancha de fútbol, y de ahí, en vuelo mágico al descubrimiento del moñito en aquella misteriosa dama.
¡Gracias Abuelas!



Estos fueron los cuentos que las abuelas nos compartieron:
  *Viejo con árbol (Fontanarrosa)         
                          *Cuento contado dos veces (Imbert)                 
                                                  *Oración con proyecto de paraíso (Sacheri)  
                                                                           *La mujer del moñito (Andruetto)



*Puesto de control (Fernández)             *  Piel de Judas (Panno)
 *El árbol de Baobab (Anónimo)            * Aire de familia (Rivera)

 

 

Cambiar al mundo 

En una plaza de un pueblo muy lejano, un joven llamado Yacoub contaba cuentos. Estaba rodeado de niños y mayores y, a él, nunca se le acababan las historias.
Pasó el tiempo y aquel hombre se hizo viejo, pero seguía yendo a contar cuentos a la plaza. Ahora, ya no le oía nadie, pero seguía teniendo historias y las decía.
Un hombre, que le observaba en la distancia se acercó hasta él y le preguntó:
-¿Por qué sigue usted contando historias? ¿Es que no ve que se ha quedado solo? Todos se han ido. A nadie le interesan sus cuentos.

El viejo cuentacuentos le miró con una sonrisa cansada y le dijo:

-Antes contaba cuentos para cambiar el mundo.

Ahora, cuento cuentos para que el mundo no me cambie a mí.